Saturday, June 14, 2025

Hablemos sobre educación: Cuando la verdad incomoda, pero el tiempo me dio la razón

 



Cuando la verdad incomoda, pero el tiempo me dio la razón

Por Fernando Gabriel Sosa

Fui visionario incluso cuando muchos creyeron que exageraba.
Años atrás, discutí con docentes, directivos y profesores del colegio primario de mi hija.

¿Por qué? Porque ella tenía todos los méritos para ser abanderada: las mejores notas, la mejor compañera, esfuerzo constante desde el jardín hasta octavo grado.

¿El motivo por el cual se lo negaban?
Una falta, producto de que su madre no podía llevarla a horario. No una falta de compromiso, ni de capacidad. Una falta humana.
Y lo más doloroso: la bandera fue entregada a una alumna recién llegada, sin el mismo recorrido ni esfuerzo.

Les dije, en su cara:
“Ustedes están nivelando para abajo. Están castigando al que se esfuerza. No están siendo justos.”

No se lo esperaban. No por ego, sino porque muchos están acostumbrados a padres que se resignan.
Yo no me resigné. Exigí justicia. No por privilegio, sino por derecho.

Y no fue la única vez. En la secundaria también fue dejada de lado, a pesar de su mérito académico sostenido. El bullying, la discriminación, el prejuicio la corrieron de su lugar. Pero la verdad siempre estuvo del lado de ella. Y lo supieron. Me lo dijeron. Pero ya era tarde.

Una lucha que trasciende lo personal

Mi lucha no es solo por mi hija, sino también por mí y por todos aquellos que enfrentan la invisibilización y la falta de reconocimiento en ámbitos educativos y culturales. Esta lucha nace de una profunda convicción, casi una fe, en que la educación y la cultura tienen el poder de salvar al ser humano. Creo firmemente que cuando una persona es valorada, reconocida y respetada, puede crecer y convertirse en agente de cambio.

Por eso insisto en que las instituciones —sean educativas, legislativas o culturales— tienen la responsabilidad ineludible de reconocer a quienes se destacan, porque son esas personas las que después representan el mundo y marcan la diferencia.

Lo que viví con mi hija fue una muestra clara de que, cuando no se premia al mérito y se discrimina, se traiciona la esencia misma de la educación. Eso no solo daña al individuo, sino a toda la sociedad.

Cuando la verdad incomoda, el tiempo da la razón

Hoy escucho a educadores y comunicadores decir que el sistema está en crisis, que los estudiantes no comprenden textos, que se niveló para abajo durante años, que hay que ajustar, revisar y repensar.

Justamente, en el programa de Radio Suceso llamado Hablemos de Educación, está invitada la licenciada Micaela Gisbert, quien está reforzando todo esto que yo he dicho: que la cuestión no es solo académica sino social. Que muchos docentes no estaban preparados, que se niveló para abajo, y que esta problemática atraviesa toda la sociedad. Que incluso muchos padres fomentan esta dinámica negativa, la falta de respeto hacia el docente, y que los propios docentes, por distintas razones, dejaron que esto sucediera.
Ahora se están viendo las consecuencias de todo eso, y es urgente actuar con responsabilidad y conciencia.

Yo lo dije mucho antes.
No lo dije gritando desde la tribuna. Lo dije mirando a los ojos a quienes tenían el poder de cambiar las cosas y no lo hicieron.

No fui cómodo. Fui justo.
Y por eso volvería a hacerlo. Porque esa es mi forma de actuar.
No me callo ante la injusticia.
No entrego la dignidad de mis hijos ni de ningún pibe vulnerable para quedar bien con nadie.

Hoy, algunos de esos docentes y directivos reconocen lo mismo que yo dije hace años. Y me doy cuenta de que tenía razón.
No lo digo por ego. Lo digo porque cuando uno defiende lo justo, tarde o temprano, la historia lo reconoce.

Enfrentando la hipocresía del sistema educativo privado: Una batalla por la igualdad y la justicia

Las cosas que yo dije en ese momento, esta licenciada que es periodista, educadora y especialista en educación, lo está confirmando hoy. Y yo me anticipé, porque ya en fines de 2014, hace casi 11 años, veía claramente esta realidad y por eso enfrenté al poder.

Después tuve que enfrentar también al sistema educativo de los colegios privados, como en la secundaria, donde pasó lo mismo: cómo se lavaron las manos, cómo no acompañaron al alumno ejemplar, y cómo se generaron camarillas que fomentaron el bullying para sacarlo del medio. En comunidades cerradas, como la armenia, esto fue aún más hipócrita: si eras armenio o venías de una familia con recursos, recibías un trato preferencial; si no, quedabas excluido.

Yo pagaba religiosamente la cuota con mi sueldo, y mi esfuerzo valía igual que el de aquellos que tenían dinero y muchas veces no pagaban. Esa injusticia es la que yo enfrenté y sigo enfrentando, porque no puede haber educación de primera y de segunda, ni privilegios ni discriminación por clase social.

Al final, las instituciones tuvieron que hacerse cargo de sus errores. La hipocresía que tanto critiqué fue puesta en evidencia, y mi lucha personal se convirtió en un triunfo contra la indiferencia y el silencio cómplice. Hoy puedo decir con orgullo que resistí, que señalé lo injusto y que esa verdad fue escuchada, porque la justicia no puede esperar y el mérito debe ser reconocido, siempre.

⭐ Cierre con broche de oro: Coherencia, lucha y verdad

Todo cierra. Como un círculo perfecto que no deja cabos sueltos, cada acción que emprendí en defensa de mi hija fue también una defensa de mis propios valores, los que hoy sigo sosteniendo con la misma fuerza en la Universidad Pública de Córdoba.

Porque la causa es una sola: la injusticia. Y lo que enfrenté entonces —cuando me planté por mi hija, cuando denuncié el castigo al mérito, cuando resistí la hipocresía de los sistemas educativos, tanto públicos como privados— lo vuelvo a enfrentar hoy, pero desde otro lugar. Ya no como padre solamente, sino como actor directo, como estudiante, como voz que no se deja silenciar.

Me puse yo en el lugar del conflicto, no por gusto, sino por convicción. Para que a ella no le pasara, primero. Y cuando me tocó a mí, no esperaron encontrar a alguien que se iba a rendir ante notas punitivas o filtros injustos. Se toparon con alguien que los enfrentó. Y eso soy yo: el mismo tipo, la misma causa, la misma coherencia.

Y ese es mi verdadero logro: ser consecuente con lo que pienso, con lo que siento, y con lo que hago. El tiempo, la historia y ahora también los discursos de quienes antes callaban, me están dando la razón. Pero lo más importante no es tener razón, sino no haber claudicado.

Y eso, para mí, vale más que cualquier medalla.

🏅



Una causa mayor, un compromiso de vida

Esta lucha también es un acto de coherencia y compromiso con una causa mayor: que nadie sea invisibilizado ni discriminado por razones ajenas a su esfuerzo y calidad humana. Que la educación y la cultura sean caminos hacia la dignidad y la justicia social, no solo palabras vacías.

En este camino, encuentro respaldo en profesionales como la Licenciada Micaela Gisbert, quien en sus reflexiones sobre la práctica educativa y social confirma que no se trata de casos aislados, sino de problemáticas estructurales que deben transformarse.

Este testimonio, esta historia, es parte de mi bitácora y de mi legado. No solo para dejar constancia de lo vivido, sino para inspirar y convocar a una reflexión profunda sobre cómo queremos que sea la educación y la cultura de nuestro país.

Porque si no luchamos por que se reconozca lo justo, estamos permitiendo que la injusticia sea la norma.


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