Una reflexión sobre las oportunidades de cambio perdidas, y el rol que aún podemos jugar quienes no claudicamos
Hay momentos bisagra en la historia de un país. Instantes donde el pueblo, aún en medio del hartazgo y el dolor, se levanta con una claridad sorprendente. Uno de esos momentos fue diciembre del 2001.
En ese entonces, la casta política fue rebasada. No importaban los sellos, los colores ni las caretas. El “que se vayan todos” no era una consigna vacía: era una epifanía colectiva.
En ese fuego de asambleas, de ollas populares, de toma de conciencia, se vislumbraba algo nuevo. Algo auténtico. Algo que pudo haber cambiado de raíz el rumbo de este país.
Pero entonces, el sistema hizo lo que mejor sabe hacer: absorber, corromper, desactivar.
Esa maquinaria camaleónica, reapareció como contención. Como una suerte de “madre tutelar del caos”. Y muchos, por miedo o conveniencia, se replegaron a lo conocido.
La oportunidad se perdió.
Como ya se había perdido en los 70s, con el Cordobazo y toda esa generación que soñó con una patria socialista, solidaria, libre. La infiltración, la represión y el oportunismo también arrasaron con ese impulso.
Y es esa historia la que se repite, una y otra vez, con distintos nombres y ropajes. Lo nuevo es abortado en nombre de “la gobernabilidad”. La rebeldía genuina es difamada.
Y quienes se animan a señalar la podredumbre, a proponer, a construir desde otro lugar, son tildados de locos, parias del sistema o conspiranoicos.
Constancia histórica:
Lo viví en carne propia. Desde mi paso por la UPC, donde fui acusado de tener intenciones ocultas simplemente por proponer ideas organizativas y solidarias, hasta mis intentos de darle a la cultura gráfica un lugar transformador. Me enfrenté con burócratas, oportunistas y traidores disfrazados de colegas. Pero más allá del sabor amargo, eso también me permitió ver.
El mayor pecado fue contar una verdad,el origen de esa universidad pública,una que fue a base de lucha estudiantil y docente,pero que ante la historia viva de un alumno que fue parte de toda esa movida.
Llamar a los jovenes a revelarse, cuestionar,desobedecer sin perder esa esencia revolucionaria a veces nos hace chocar contra una pared,llena de egoismos,de poca empatia,solidaridad con sus compañeros y una tibieza y cobardía que apabulla.
La realidad me mostro que hay verdades que incomodan y es más fácil difamar de agitar o acusar sin fundamentos de intereses políticos para disuadir todo intento de cambio o recordarles del rol que tuvo la lucha estudiantil y obrera en nuestra historia,como lo fue la reforma universitaria del 1918,el Cordobazo o mi generación que lucho y resistió el cierre de las escuelas de artes y oficios ante la topadora neoliberal del menemismo y el radicalismo cordobés en los 90's.
No soy un iluminado ni mucho menos,soy un argentino más, que piensa, que ama a su tierra y que se niega a rendirse. Porque detrás de cada traición, de cada aplastamiento de las ideas nuevas, hay una estructura enferma que sigue reproduciendo el mal.
Y es esa estructura la que sigue anestesiando a la sociedad.
Hoy no hay reacción, ni desde el sindicalismo, ni desde el arte, ni desde el periodismo. Los colectivos sociales están cooptados, y la juventud parece huir hacia el cinismo o el nihilismo.
Nos convirtieron en espectadores.
Pero algunos seguimos resistiendo.
Desde el gris, desde el margen, desde la trinchera silenciosa de la crítica sin banderías.
Y aunque el horizonte parezca sombrío, aún creemos que puede surgir otra cosa. Algo nuevo, sin contaminaciones.
Un verdadero movimiento cultural, político y espiritual.
📚 Mi voz en “Hijos del 2001”
Este libro, compilado por mi compañera María Salomé Suárez, no es solo un registro de lo vivido, es una declaración de guerra contra el olvido. En Hijos del 2001: Voces de una generación en crisis vuelco una parte de mi historia, de nuestras luchas,la de nuestra generación y de las veces que intentamos cambiar las cosas y nos estrellamos contra una estructura podrida, sostenida por los mismos de siempre.
No escribí desde la nostalgia ni la victimización. Escribí desde la bronca, desde la frustración de haber sido parte de una oportunidad histórica que fue saboteada y también desde la convicción intacta de que no todo está perdido, de que todavía se puede incendiar la pradera si nos dejamos de tibiezas.
Gracias a Salomé por dar voz a quienes seguimos resistiendo, sin roscas politicas, pero con memoria y dignidad.


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