Yo les avisé: Crónica de una verdad que no pudieron callar
Hay momentos en la vida donde uno debe decidir entre la comodidad del silencio o la aspereza de la integridad. Este año, al regresar a las aulas universitarias, me encontré con un escenario que parecía moderno por fuera, pero que olía a rancio por dentro. Hoy, con las cartas sobre la mesa y la carrera suspendida en Córdoba, escribo este broche final para que quede constancia: el poder de un hombre con la verdad en la mano sigue siendo la herramienta más peligrosa para la soberbia institucional.
La fachada de cristal y los cimientos de barro
Me vendieron una universidad renovada, llena de computadoras de última generación y discursos de vanguardia. Pero detrás de esa cáscara, me topé con lo peor de las viejas prácticas: nombramientos a dedo de docentes sin formación, una burocracia sorda y, lo más grave, un sistema de "evaluación" que funcionaba como un filtro de Excel para cerrar números, sin importar la trayectoria ni el esfuerzo humano de quienes estábamos ahí.
Yo estuve en las calles en los 90, luchando para que esos terciarios dispersos se convirtieran en universidad. Conozco el origen. Por eso, no pude callar cuando vi que esa institución estaba traicionando su propia historia.
"Yo te avisé y vos no me escuchaste"
Se lo dije cara a cara al "dueño de los juegos del hambre" de turno, ese docente que pretendía disciplinar con el miedo y la nota. Le advertí que no todos éramos corderos dóciles, que algunos veníamos con la piel curtida por décadas de gestión cultural real.
¿Cuál fue la respuesta? Silencio institucional y complicidad. Redoblaron la apuesta. Intentaron llevarme puesto, ignoraron mis reclamos, mis cartas al rector, al director y a la coordinadora. Pensaron que, al ser "uno solo", me terminaría cansando. Se equivocaron de hombre.
El costo de la soledad (David contra Goliat)
Lo más doloroso no fue la sordera de los de arriba, sino el eco de los de abajo. Ver a jóvenes —mis pares en el aula— actuando como fuerzas de choque de la propia institución que los maltrata. Sufrí bullying, intentos de amedrentamiento y amenazas físicas por el solo hecho de no decir "amén" a la injusticia. Me llamaron soberbio, me difamaron, intentaron aislarme.
Pero la verdad tiene una fuerza que no necesita hinchada. Fui a la Defensoría del Pueblo, armé el legajo, expuse las irregularidades y mantuve esta bitácora abierta. No necesité un partido político, ni un centro de estudiantes cooptado, ni el favor de un funcionario. Solo necesité la integridad de no traicionarme.
"Un solo tipo con lo que hay que tener puede hacer mucho más daño que un montón de alcahuetes juntos".
El resultado: La muñeca torcida del poder
Hoy, el tiempo —ese juez implacable— dictó sentencia. El rector tuvo que salir a dar la cara ante la justicia, los "intocables" quedaron bajo la lupa y la carrera que pretendían manejar como un feudo privado hoy no puede abrir inscripciones en la capital.
Dinamité la fachada porque el edificio ya estaba en ruinas. No fue ego, fue higiene. Fue demostrarle a mi hija, y a cualquier pibe que quiera leer esto, que el sistema te puede quitar el banco, pero no la dignidad.
A esos que creyeron que me podían silenciar: yo les avisé. El chiste se les acabó. Hoy camino aliviado, con la espalda dolorida pero la frente alta, sabiendo que David todavía tiene puntería.
La gestión cultural no se enseña desde el abuso de poder; se ejerce desde la verdad.
"A los que eligieron ser fuerzas de choque, a los que prefirieron el silencio del arrastrado y el favor del chupamedias: sepan que su docilidad solo alimenta la mediocridad que mañana los va a devorar a ustedes también. Yo elegí el camino difícil, el de no ser un corderito dócil ante el látigo de un docente mediocre. Y hoy, mientras la estructura que creían eterna se resquebraja, yo camino libre. Porque un hombre solo, si tiene integridad y coraje, es capaz de dinamitar cualquier feudo. No busquen disciplinarme; ya les avisé que conmigo no van a poder."
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